Vicente Blasco Ibáñez. Han transcurrido ya algo más de 87 años de la muerte de Vicente Blasco Ibáñez, la cual, se producía justo un día antes de que el insigne escritor cumpliera los 61 años, debido a una bronconeumonía que lo alcanzó en su retiro de Menton, en la Costa Azul francesa.
En su juventud quiso ser marino, pero su dificultad para entender las matemáticas le llevó a inclinarse por el derecho, carrera que terminó en la Universidad de Valencia en 1888. Precisamente durante su época de estudiante participó en diversas acciones de agitación republicana y anticlerical, como la de reventar los rosarios de la aurora que organizaba el arzobispado.
Con 20 años se inicia en la masonería, en concreto el 6 de febrero de 1887, adoptando el nombre simbólico de Danton. Formó parte de la Logia Unión n.º 14 de Valencia y posteriormente de la logia Acacia n.º 25, en la que alcanzó el grado de maestro masón y ejerció como orador de la logia.
Su carácter liberal y su defensa de la educación laica y el racionalismo, le llevaba a transmitir en sus novelas ese acentuado anticlericalismo al que hacíamos mención, tal es el ejemplo de su obra La Catedral, un relato anticlerical centrado casi exclusivamente en la ignorancia y avaricia del clero, y las riquezas del tesoro catedralicio frente a la miseria de los habitantes de las «Claverías».
Defensor de los derechos de los más humildes, publica El intruso donde describe con detalle las relaciones laborales, en este caso, las de la minería vizcaína del hierro en el que nos presenta de forma veraz el conflicto relacionado con la periodicidad del pago de los salarios o la obligatoriedad del consumo en las cantinas de la empresa.
El escritor había alcanzado la fama y era muy conocido y seguido en toda España pero sobre todo, en su Valencia natal, tanto por su literatura como a raíz de la versión cinematográfica que Hollywood había realizado de su novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Así y todo, Vicente Blasco había dejado bien claro a su familia que, en tanto en cuanto la bandera de la República no volviera a ondear en España, sus restos no debían salir de Francia. Por ello, sólo a raíz de la instauración de la Segunda República, fue que se iniciaron los trámites para traer a Valencia a Blasco Ibáñez, lo cual se tradujo en un multitudinario entierro a finales de octubre de 1933.
El ataúd de madera de caoba que contenía sus restos llegó en el buque Jaime I, El féretro de madera era una pieza colosal, con un peso de 700 kilos, por lo que para su traslado se organizaron 52 equipos de 20 hombres, que se turnaban cada cien metros en el traslado del ataúd. La pieza había sido tallada delicadamente por el escultor Mariano Benlliure, amigo íntimo de Blasco Ibáñez, y tenía la llamativa forma del lomo de un libro dispuesto verticalmente, y apoyado en seis libros pequeños.
La creación de Benlliure estaba decorada con motivos ornamentales en oro y relieves que representaban personajes de las novelas de Blasco Ibáñez, así como un escudo de Valencia y, por supuesto, varios motivos masónicos.
En el ataúd, además de los símbolos ya citados y la decoración alusiva a sus novelas, se podía leer también la frase “Los muertos mandan”, en alusión a una de sus obras del mismo título y de la cual tomamos el siguiente extracto:
El capitán Valls aprovechaba todas las ocasiones para hablar de él, ostentándolo como un título de nobleza, como un reto que lanzaba á la general preocupación. —Soy judío, ¿y qué?…—seguía gritando—. Correligionario de Jesús, de San Pablo y otros santos á los que se venera en los altares. Los butifarras hablan con orgullo de sus abuelos, que datan casi de ayer. Yo soy más noble, más antiguo. Mis ascendientes fueron los patriarcas de la Biblia. Luego, indignándose contra las preocupaciones que se habían ensañado en su raza, volvíase agresivo. —En España—decía gravemente—no hay cristiano que pueda levantar el dedo. Todos somos nietos de judíos o de moros. Y el que no… el que no… Aquí se detenía, y tras una breve pausa afirmaba con resolución: —Y el que no, es nieto de fraile.