Nace en Santa Cruz de la Palma, el 9 de mayo de 1774, conocido por el Padre o Señor Díaz. Estudió humanidades y teología escolástica con objeto de alcanzar su vocación clerical.
Fue el símbolo del movimiento liberal palmero. Dejó una estela imborrable en la sociedad con incalculable proyección en el ámbito de las bellas artes y, destacando principalmente en la pintura, música, escultura, educación, filosofía, y en la beneficencia de los desprotegidos especialmente.
Al analizar su personalidad se le considera persona de pensamiento muy evolucionado para su época. Beneficiado del referido templo por nombramiento del Rey Carlos IV en virtud de Real Cédula expedida en El Escorial el 28 de noviembre de1799.
Fallece al caer por las escaleras de El Salvador el 5 de abril de 1863, el día de la Pascua de Resurrección a la edad de 89 años. Quien conozca las casi verticales escaleras del mencionado Templo, podrá entender la facilidad de una accidental caída en una persona de su edad.
“Varón ilustre, sabio y virtuoso sacerdote, ornamento de la Iglesia Palmera. Lloremos pues, la memoria del hombre que la muerte acaba de arrebatar á nuestra querida patria, á su familia, á sus compañeros y á sus amigos. ¡Ojalá pudiera yo honrarla como él supo honrar su profesión y sus deberes!
Si ha desaparecido de entre nosotros el Sr. D. Manuel Díaz, ¡que su nombre se conserve con todo el lustre y esplendor que reclaman sus virtudes y su mérito! ¡Que su memoria sea eterna!
El Time, 4 de octubre de 1863”
De su calidad como orador sagrado y de su influjo en la vida palmera, incluso aún después de muerto, da cuenta su biógrafo contemporáneo, Rodríguez López, al reproducir ciertos fragmentos de sus más brillantes sermones. “El eco de su palabra era demasiado sonoro para que se olvidase… Cuando hablaba á su pueblo desde el púlpito, su voz tenía el doble prestigio de la virtud y de la vejez, y no podía menos de conmover un acento que se escapaba de las cercanías del sepulcro”.
Los partidarios absolutistas lo persiguieron y lo desterraron de La Palma en 1824, viviendo en Tenerife hasta 1835 por su condición de advenedizo líder moral y político a favor del cambio liberal y de la supresión de los privilegios estamentales. Entre otras cosas, decía a menudo que un pueblo católico puede ser también un pueblo libre. Siempre se había caracterizado por su crítica al absolutismo y la defensa del liberalismo. Fue el 26 de marzo de 1835 cuando el tribunal eclesiástico de la diócesis de Tenerife absuelve al párroco en la causa criminal seguida con motivo del sermón en la función del juramento de la Constitución del año de 1820. Desde el Puerto de la Cruz y a bordo del barco La Cayetana llegó el Cura Díaz a Santa Cruz de La Palma, siendo recibido en loor de multitud.
La persecución contra el párroco palmero, tal y como la percibieron no sólo sus defensores sino otros muchos ciudadanos en todo el Archipiélago, contribuyó a convertirle en un mártir a causa de la libertad, algo que, seguramente, Díaz nunca quiso para sí, puesto que nunca deseó casi nada, salvo el justo reconocimiento de la verdad y de la justicia.
La lucha de Díaz a favor de una Iglesia más próxima al espíritu fundacional, fraterno y austero de las catacumbas fue, sin duda, la mejor herencia de amor para este padre de la Iglesia palmera de todos los tiempos. Inclinado también hacia las artes, se le conocen obras musicales, escultóricas y pictóricas.
Gracias a la iniciativa de la Parroquia Matriz de El Salvador y de muchas personas, palmeras o no, el jueves 28 agosto de 2008 se realizó el traslado solemne de sus restos -tras ser exhumados- desde el cementerio de esta ciudad al ante presbiterio de dicho templo, donde se enterraron para siempre. El Cura Díaz -una de las grandes figuras de La Palma- entró, por fin, de nuevo en su amada iglesia, 145 años después de su muerte, para no salir jamás.
García Carrillo, masón y alcalde de Santa Cruz de la Palma, decía que el inolvidable Señor Díaz, cuya fácil y elocuente palabra aún llega a nuestros oídos, sus pinturas y arquitecturas adornan nuestros templos, la carencia de sus caritativas obras es lamentada por nuestros pobres y necesitados y sus consejos y doctrinas se reflejan todavía en la moralidad y buenas costumbres de nuestro pueblo; murió en 1863 a las puertas de nuestro templo del Salvador que dignamente regentó, siendo víctima de su excesivo celo en el cumplimiento de sus deberes como Párroco.
En 1897 se erigió justo en el centro de la triangular Plaza de España de la capital palmera, una estatua de tamaño natural en memoria del sacerdote Manuel Díaz. Se levantó a pocos pasos de donde el polifacético rector de la Parroquia Matriz de El Salvador (desde 1817) había muerto accidentalmente al caer por las escaleras de ese templo en la mañana de Pascua de Resurrección. Se dice que la piedra con la que se desnucó aún se custodia en la prestigiosa Sociedad La Cosmológica de esta ciudad.
Esta propuesta se aprobó por unanimidad y la escultura fue encargada a la fundición artística de Federico Masriera y Campins en Barcelona, casa especializada en la reproducción de obras escultóricas monumentales en bronce. Por la correspondencia entre ambos –García Carrillo y Masriera- se sabe que la fundición de la obra fue ejecutada en junio de 1895 con felicísimo éxito y que había merecido los elogios de cuantas personas han tenido ocasión de verla en esta casa. Para dar a conocer previamente cómo iba a quedar la efigie, se habían enviado al alcalde dos reproducciones fotográficas de un boceto en yeso.
En la cara delantera del mismo, una lápida en mármol lleva esculpidos varios emblemas alusivos al magisterio eclesiástico y a las cualidades del sacerdote fallecido, tanto artísticas como humanas: el laurel, el cáliz, la palma del martirio, la partitura musical, la lira y una inscripción que reza: “A Díaz. Su Patria, 1894”.
En la lápida posterior aparece un relieve del pelícano con sus crías, “supuestamente” amamantándolas que se repite en el sagrario del tabernáculo del templo y, una inscripción en latín que traducida, dice así:“Que honor y esplendor, cayo muerto en los umbrales del sagrado templo victima de su celo”.
El simbolismo que la palabra templo encierra para los masones -alusivo al del Rey Salomón-, el pelícano que desgarra su pecho para dar de comer a sus hambrientas crías -símbolo de la caridad y la filantropía- es símbolo del grado 18 de la francmasonería.